“El 12 de octubre de 1492 la tripulación colombina avistó tierra. Llegados a la costa, vieron árboles, frutas y mucha agua. El Almirante llamó a sus capitanes y al notario de la expedición y les pidió rendirle fe y testimonio de que él, antes que nadie, tomaba posesión de dicha isla en el nombre de los reyes de España. Enseguida se reunió allí mucha gente de la isla. Lo que sigue son las propias palabras del Almirante:
« Yo, dijo, afín de que ellos nos tengan en gran amistad y porque he conocido que eran gente de entregarse y convertirse mucho mejor a nuestra Santa Fe por amor más que por fuerza, les he dado a algunos de ellos algunos bonetes rojos y algunas perlas de vidrio que han colgado al cuello, y muchas otras cosas de poco valor que les produjeron gran placer y ellos se volvieron tan nuestros que fue maravilloso. Luego vinieron, nadando hacia las chalupas de los navíos en los que estábamos y nos trajeron loros, hilo de algodón en ovillos, azagayas y muchas otras cosas que intercambiaron con otras que nosotros les dábamos, tales como perlas de vidrio y cascabeles. En fin, tomaban y daban lo que tenían, todo de buena voluntad »
En la isla, Colón encontró poco de oro, pero los indios le indicaron que encontraría mayor cantidad más lejos. Enseguida, levó anclas y partió hacia el oro prometido. Pero he aquí que en la isla se produce el encuentro: los indígenas se lanzan al mar para saludar a los dioses que vienen del cielo, y les llevan ofrendas: ovillos de lana virgen, loros multicolores, azagayas, collares de flores y vituallas. Suben audazmente a las carabelas, ofrecen lo más precioso que poseen y se contentan con cualquier cosa que atestigüe su contacto con los extraños.
Cuando los indígenas no puedan obtener los contra dones de los marineros, porque son muy numerosos, lo toman del puente del navío, aunque no sea más que un pedazo de madera; se zambullen y huyen a nado. La escena se renueva todos los días, porque en ninguna parte Colón encuentra el oro. Gracias al relato de cada uno de esos encuentros, tenemos, hoy en día, un documento extraordinario sobre el Quid pro quo económico que destruirá la civilización amerindia. Colón observa, anota, pero ninguna de sus reflexiones le satisface, como si no consiguiera llegar a agotar el significado de esas ofrendas. De isla en isla, sin embargo, él profundiza su interpretación; nunca la realidad del Nuevo Mundo fue mejor descrita. Vale, pues, la pena leer al Almirante línea por línea.
Salta a la vista que la primera ofrenda de los indios es una manera de desear la bienvenida a los extraños, a la cual Colón responde de igual manera; pero, en su interior, todos esos gestos de benevolencia están, de una y de otra parte, subordinados a la preocupación de sacar partido del prójimo, en función de un interés egoísta. Colón da, pero inscribe esta ofrenda en la intención de fomentar intercambios fructíferos. El pretende solamente establecer auspicios favorables para el comercio y atribuye esta misma intención a los indios. Se observará que no duda de que los indios sean hombres e inclusive iguales a los españoles, porque los cree motivados por el mismo objetivo: el interés.
Sin embargo, al día siguiente del primer día, observa ya:
« Ellos traían ovillos de algodón hilado, azagayas y otras cosas pequeñas que sería engorroso enumerar. Lo daban todo por cualquier cosa que uno les ofreciera. Yo estaba atento y me ocupaba de averiguar si había oro ».
Que “den todo por cualquier cosa”, he aquí algo que no escapó tampoco a su tripulación. Les pareció raro.
« (…) todo lo que tienen, lo dan por no importa qué baratija uno les ofrezca, al punto que toman en intercambio hasta pedazos de escudillas y de tazas de vidrio rotas, y que he visto dar dieciséis ovillos de algodón por tres ceutis de Portugal que valen un blanco de Castilla ».
Colón impone a sus hombres no aceptar ningún regalo sin dar nada, porque tal acción es, aún para él, la clave de toda empresa: si se quiere que los indios estén bien dispuestos para intercambiar el oro, no hay que abusar de su confianza. Colón cree que la explotación de la generosidad india puede poner en duda la amistad con la que él cuenta para instituir intercambios lucrativos. Exige que un testimonio de reconocimiento: contra don, sea concedido a los donadores para mantener su ilusión.
El 22 de diciembre, renueva la amonestación del segundo día:
« Hoy día, antes de partir, envió seis hombres a tres leguas de allí hacia el Oeste, a un gran pueblo cuyo señor había venido a verlo la noche anterior y que decía que tenía algunos pedazos de oro. Cuando los cristianos llegaron allá, el señor tomó de la mano al notario de la armada, que era uno de ellos y que el almirante había enviado para que pueda oponerse a que los otros tratasen a los indios de manera indebida, porque ellos no eran más que simpleza y los españoles tenían tanta codicia y desmesura que no les bastaba que los indios les dieran todo lo que quisiesen por un herrete de aguja, un trozo de vidrio, de yeso o menos aún, sino que querían tenerlo todo y tomar sin darles nada. Esto, el Almirante había prohibido siempre ».
Sin embargo, Colón no ignora el efecto característico del don:
« Le di algunos cascabeles y algunas pequeñas cuentas de vidrio y se puso contento por ello y muy alegre. Para que la amistad crezca aún más y para asociarlos también, le hice pedir agua, y ellos, después que regresé a la nave, fueron a la playa con sus calabazas llenas de agua y se regocijaron mucho de dárnosla ».
No solamente el regalo alegra a aquel que lo recibe, sino que regocija al que lo da. Ahora bien, él reconoce esta dicha en el indio que da y se acostumbra a la idea que aquel pueda dar en un principio por la dicha de dar. La percepción de una nueva dinámica, además de aquella del interés, está en marcha.
Sin embargo, entre los españoles la fiebre del oro aumenta y cualquier gesto indígena es interpretado como el anuncio próximo de minas de oro. El 12 de noviembre, se pretende que “según habían expresado con señales, allá los habitantes recogían el oro de la playa, a la luz de antorchas, luego, con martillo, hacían con él lingotes”.
Pero el tiempo pasa, el oro sigue sin ser encontrado. El lunes 3 de diciembre, Colón encontró una banda armada:
“(…) me acerqué a ellos, les di algunos bocados de pan, luego les pedí azagayas y, en intercambio, les di a unos un pequeño cascabel, a otros un anillo de latón, a otros algunas perlas de vidrio, de suerte que todos se apaciguaron, vinieron a los barcos y pusieron todo lo que tenían por lo que uno tuviera a bien darles. Los marinos habían matado una tortuga, cuyo caparazón estaba en pedazos en el barco. Los grumetes les daban pedazos del tamaño de una uña a los indios que entregaban a cambio un puñado de azagayas. Son, decía el Almirante, gente parecida a los indios de los cuales ya he hablado, de la misma fe, que como los otros, creen que venimos del cielo, y por cualquier cosa que uno les dé, sin decir nunca que es demasiado poco, dan inmediatamente lo que poseen. Y creo que harían lo mismo con las especias y con el oro si los tuvieran”.
“Sin decir nunca que es demasiado poco”, he aquí cómo se refuta la primera idea de Colón, cuando veía en esos dones la carnada para un intercambio interesado. Pero la observación precedente es más decisiva. Poco importa el objeto entregado a los indios, puede ser un pedazo del tamaño de la uña de un caparazón de tortuga indígena, lo interesante es que éste reviste una importancia excepcional, desde el momento en que es dado por un español. No es el valor propio, el valor intrínseco del objeto dado, el que interesa al indígena, sino que pueda testimoniar la alianza realizada con el extranjero. Y es por esa señal del otro, que se da entonces todo.
El 13 de diciembre, Colón describe una vez más la hospitalidad
de los indios:
“Todos venían cerca de los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, lo que es señal de gran respeto y de amistad… Los cristianos dicen que después que los temores de los indios fueron apaciguados, aquellos entraban en sus casas y les llevaban lo que tenían para comer… Y ellos daban todo lo que se les pedía sin querer nada a cambio… “
Colón se da cuenta, esta vez, que el don expresa una intención diferente para unos y para otros: para los españoles, aquella del lucro y, para los indios, una prestación, aún enigmática.
El día 18, observa que sus propios dones son tratados de forma
excepcional:
“Un marino dice que había encontrado en su camino y que había visto que todos los objetos que le había dado el Almirante eran llevados delante de él, cada uno por un hombre, que le había parecido escogido entre los más notables”.
Los dones del Almirante son llevados en “procesión”. Algunos días más tarde, el 23 de diciembre:
“Finalmente el cacique vino con ellos, y todo el pueblo, que contaba más de dos mil hombres; se reunió en la plaza que estaba bien limpia. Ese rey colmó de honores a la gente de los navíos, y los de su pueblo llevaron algo de comer y de beber… La gente del pueblo daba a los marinos esos mismos tejidos y otros objetos de sus casas, a cambio de las más pequeñas cosas que uno les daba y de las cuales se veía, por la manera en la cual las recibían, que las tenían por reliquias”.
“Reliquia”. Los indios quieren probar entonces que ellos han establecido una alianza con los dioses extranjeros, del mismo modo como los españoles mismos dan significado a su relación con su propio dios, venerando las reliquias de los santos católicos. El indio da testimonio, con ostentación, de la amistad que cree haber sellado con el español.
Pronto el Almirante cede a la evidencia. No hay ninguna idea de provecho en el comportamiento indio; únicamente la preocupación de dar, para crear amistad. El don indio le parece tan espontáneo que no ve otra motivación en él. El don indio quiere inducir la reciprocidad, de la cual surgirá la amistad. Es al ser común, producido por el reconocimiento del otro, que está dispuesta la ofrenda. También está dedicada a conformarse con los deseos del huésped:
“Tanto los hombres, como las mujeres y los niños, haciendo mil demostraciones, corrían los unos por aquí, los otros por allá, para traernos de ese pan de “niames”, que ellos llaman “ajes”, que es muy blanco y muy bueno ; también agua en calabazas y en cántaros de tierra, a la manera de aquellos de Castilla. Nos traían todo lo que tenían en el mundo y lo que sabían que el Almirante deseaba. Y todo aquello de tan buen corazón y con tanta dicha que era una maravilla”.
“Y que no se diga, dice el Almirante, que daban liberalmente, porque, lo que daban, valía poco; pues aquellos que daban pedazos de oro y aquellos que daban la calabaza de agua, actuaban de igual manera y también liberalmente. Y es cosa fácil, añade, de saber, cuando una cosa es dada, que ella es dada de corazón”.
Estamos a 21 de diciembre:
“Finalmente, el Almirante dice que no puede creer que un hombre haya visto ya gente de un corazón tan bueno, tan generoso y tan temeroso, pues todos se deshacían de lo que tenían para darlo a los cristianos, corriendo apenas los veían llegar, para traerles todo”.
Colón observó también que dar es el fundamento del prestigio social. No es solamente por aumentar el ser de la alianza, que interesa dar, sino para ser grande ante sus allegados. La imaginación india asocia el ser de la alianza a la calidad del don, de suerte que mientras más da uno, más acrecienta su renombre y su propio valor. Esta proporción introduce una jerarquía. La noción de “poder de prestigio” aparece cuando Colón se da cuenta que los indios no solamente buscan dar, tanto como él mismo acepte, sino que luchan entre sí para dar más.
“Cuando vieron que el Almirante había recibido todo lo que le habían llevado, todos los indios, o la mayor parte, corrieron hacia su aldea, que debía estar bastante próxima, para traer más vituallas aún, loros y otras cosas más que tenían, de tan buen corazón, que era una maravilla”.
Que los españoles que desembarcan buscan las especias y el oro, no hay ninguna duda. Que su preocupación sea el provecho, excepto tal vez para el mismo Colón, que lo enfeudaría con mucho gusto al éxito de sus utopías, eso tampoco crea duda. Colón confió a Isabel la Católica su deseo de encontrar montones de oro para conducir los ejércitos de España a la reconquista de Jerusalén. Pero los hombres de la tripulación entrevén la posibilidad de emanciparse y volverse ricos. Sueñan con instaurar su ley sobre los pueblos proclamados dóciles y primitivos. Una vez llegados a tierras americanas no obedecen más a nadie. No tienen otro objetivo que el oro.
Desde el primer viaje, Pinzón, capitán de la “Pinta”, se separa y parte a la búsqueda del oro por su propia cuenta. En su segundo viaje, Colón constata que la colonización ya no puede hacerse por la paz y decide que se hará por la fuerza: ordena someter a los indios y envía los prisioneros a España como esclavos. Cuando regresa por segunda vez a España, los españoles se levantan con un aventurero a la cabeza, Roldón, quien instaura la «repartición» de indios, entre sus tropas, para obligarlos a producir la riqueza lavando la arena de los ríos. A su regreso, Colón debe inclinarse ante Roldón. Tendrá el tiempo justo para controlar una rebelión más grave aún, antes de ser definitivamente vencido. Colón es enviado a España con cadenas en los pies. El nuevo gobernador, Bobadilla, autoriza la colonización individual. Cada quien puede, en lo sucesivo, acumular el oro por cuenta propia y por cualquier medio. Esclavitud y matanza suceden en adelante sin ningún límite”.
Reflexión
El capitalismo dio un salto cuántico en 1492, de semillas ya sembradas en la Torah e, incluso, antes: cuando surge la ciudad . En ese año crucial, 1492, se empieza a establecer un orden social que erige, como referencia y medida de su poder, el valor de intercambio en desmedro de la reciprocidad. El oro es el dios de la colonización. El encuentro de Occidente y la Indianidad representa y dramatiza el enfrentamiento de dos sistemas económicos, de los cuales, uno: el del intercambio capitalista se despliega con fuerza, libre de toda obligación frente a todo valor ético o la tradición. En el continente americano, entre los colonos, el valor de intercambio se antepone a todos los demás valores: religiosos, políticos y morales.
Ahora bien, las dos energías de la Economías, la del don y la de la acumulación, la del prestigio y la del provecho, son antagónicas. Valor de prestigio contra valor de intercambio: la contradicción de los dos sistemas es radical. El indio ve su imagen en la compostura del otro, cuya belleza presume ser la de la alianza nueva; el español mide su ventaja en la posesión de bienes materiales. El primero busca la expansión del ser por medio del reconocimiento del prójimo, el segundo la extensión de su poder por medio de la eliminación del otro.
Las dos sociedades, que se encuentran, son animadas por dialécticas inversas. Para unos, el don es un gesto de reconocimiento del prójimo; esta relación genera la amistad. Para los otros, todo esto es bagatela y no tiene sentido más que para introducir su contrario: el intercambio para la acumulación, el saqueo de riquezas y la introducción de la explotación del trabajo indígena.
Para conversar en los Centros de Alta Conectividad
Para facilitar las conversaciones, vamos a presentar algunas definiciones que ya sintetizan conceptualmente la narración de Colón.
Glosario de conceptos nuevos
Antagonismo de civilización
Noción propuesta por Dominique Temple que permite estudiar la confrontación de las sociedades organizadas a partir del Principio de Reciprocidad, la Indianidad, con las sociedades organizadas por el Principio de Acumulación, Occidente.
Dialéctica del don
Brota de la competencia por una fama más grande, motivando así la sobrepuja del don. La fórmula de la economía de reciprocidad: “si para ser, hay que dar, para dar, hay que producir” se vuelve: “si para ser el más grande, hay que dar, para dar más, hay que producir más”. La dialéctica del don engendra así un crecimiento económico al punto que se puede habla de “sociedades de abundancia”. El ciclo de la producción-consumo, inducido por el don, es polarizado en sentido contrario por el ciclo del capital, colocado bajo la égida de la acumulación privada. La dialéctica del don puede llegar a ser totalitaria cuando impone su imaginario a la reciprocidad misma y, en este caso, se descalifica a los que no tienen la capacidad de dar. Estos excluidos son considerados entonces como esclavos.
Economía capitalista
Este principio económico está motivado por el deseo de los individuos de satisfacer sus deseos. Busca el interés individual e implica la propiedad privada que conduce a la competencia, a la acumulación, a la expropiación de los medios de producción y vida de los más débiles. Su identidad excluye la diferencia de los otros; es decir, busca homogeneizar al otro a su imagen y semejanza. Reflejo del Monoteísmo en la economía.
Economía de reciprocidad
Este principio económico está motivado por la necesidad del otro, por el bien común, entendido no como la suma de bienes individuales, sino como el ser comunitario, ese tercer incluido e indivisible que no es reductible a la suma de las partes y que no puede ser propiedad de nadie. Una estructura de reciprocidad prohíbe el nacimiento de toda privatización, impide la acumulación y la explotación. Su identidad incluye la diferencia del otro. Reflejo del Animismo en la economía.
Economicidio
Es la destrucción de las estructuras de producción del sistema de reciprocidad, en provecho de las estructuras de producción del sistema capitalista. No sólo pone en riesgo los fundamentos de la cultura y de la ética, sino también los de la economía de reciprocidad.
Temas de conversación
¿Qué se dieron mutuamente los indios caribes y los españoles en el momento del encuentro? ¿Cómo interpretas estos dones mutuos? ¿Qué buscan? ¿Qué representan los dones hispánicos para los amerindios? Para los indios caribes lo importante, mediante los dones, es establecer una relación. ¿Qué buscan los españoles?
¿Qué produce, relacionalmente hablando, la búsqueda del oro, por parte de los españoles? Los gestos de benevolencia mutua ¿son semejantes, buscan lo mismo? Si buscan distintos objetivos ¿Cuáles son éstos?
¿Puedes distinguir los elementos básicos de la Reciprocidad y el Capitalismo en este primer encuentro? ¿Por qué portan los indios los dones del Almirante en procesión?
Apunta los rasgos, actitudes, gestos de los indígenas en su relación con los españoles.
Apunta los rasgos, actitudes, gestos de los españoles en su relación con los indígenas.
¿Podrías señalar casos dónde estas actitudes se siguen dando en la actualidad en tu municipio? ¿Cuáles son, ahora, los bonetes rojos y las perlas de vidrio con los que los capitalistas intercambian con los indios? Las relaciones de las ONG con las comunidades indígenas ¿tienen algo que ver con las relaciones descritas en este primer encuentro? Las relaciones de las Transnancionales con nuestros Estados ¿se inscriben en la misma lógica? ¿Por qué?
¿Por qué Colón impone a sus hombres no aceptar ningún regalo sin dar algo a cambio? ¿Qué genera o produce el don? ¿Por qué los indígenas pugnan entre sí por dar más que el otro?
¿Cuáles son las nuevas formas de colonialismo? ¿Se puede pensar que los fabulosos préstamos que otorgan los Estados ricos a los estados pobres son maneras nuevas de apropiarse de los recursos, sin tener que enviar expediciones de exploradores, soldados y misioneros? No puedes devolver el crédito ¿y se cobran en especie? ¿Lo buscan adrede? ¿Es la Deuda una moderna forma de esclavitud?
Los recursos de la Cooperación internacional ¿corresponden a la economía de reciprocidad o a la economía capitalista? ¿Por qué razones? ¿Buscan el lucro o las buenas relaciones entre las naciones? ¿Qué significan los regalos que los comunarios ofrecen a los representantes de la Cooperación cuando los visitan?
¿Qué significa el Fondo indígena, originario y campesino? Esos recursos ¿deben ser entendidos en la lógica de la reciprocidad o en la lógica del capitalismo? ¿En qué lógica piensas que han sido diseñados y ejecutados? ¿Qué podemos aprender de esa experiencia?
Tareas concretas
Aplica, lo que has aprendido, a tu situación actual:
¿En qué situaciones e instituciones sigue vigente la economía de reciprocidad o ya no está vigente? ¿Dónde se visibiliza la economía capitalista? ¿Dónde la economía de reciprocidad?
En el PDM de tu municipio ¿cómo se expresan estas dos energías de la economía? ¿Cuál hace masa crítica? ¿Piensas que la Reciprocidad debería expresarse en el PDM? ¿Cómo, dónde?
¿Estarías de acuerdo con la opinión que dice que todos los proyectos que favorecen el encuentro de la gente, como mercados, coliseos, parques, canchas … son infraestructuras de la reciprocidad? ¿Por qué?
Seguramente hay en tu Municipio Ferias de Reciprocidad. ¿Cómo se relacionan los comunarios con los pueblerinos, como Colón y los indios caribes? ¿Podrías describir esas relaciones?
¿Quiénes son los modernos Colones en tu Municipio? ¿O ya no los hay?
Anexo
La primera descripción europea de la Reciprocidad y el Suma Qamaña
El 15 de febrero de 1493, Cristóbal Colon escribe una carta a Luís de Santángel, “escribano de ración” y, en otra versión, llega también esta misiva a Gabriel Sánchez, “tesorero real”. Es decir, el Almirante rinde cuentas de su viaje, primero, a los financiadores de su emprendimiento: los banqueros marranos de la Corona y, luego, a su patrón político: los reyes católicos. Esto no deja de ser sorprendente. Recordemos que los Reyes católicos firman el Decreto de Expulsión de los judíos el 31 de marzo de 1492. Colón también fue marrano. Esta carta se puede encontrar en: Consuelo Varela, editora, Cristóbal Colón. Textos y documentos completos. Madrid: Alianza Editorial, 1984, 139-147.
Esta carta a Luis de Santángel es importante, pues contiene la primera descripción occidental de la economía de reciprocidad y del suma qamaña. Es como la Línea Base de nuestra exploración sobre lo que sea este diálogo de civilizaciones.
(…) “La Española es maravilla: las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos del mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos y yerbas hay grandes diferencias de aquella de la Juana: en ésta hay muchas especierías y grandes minas de oro y de otros metales. La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temerosos a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo; que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más; ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado. Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.
Y luego que llegué a Indias, en la primera isla que hallé tomé por fuerza algunos de ellos, para que deprendiesen y me diesen noticia de lo que había en aquellas partes, así fue que luego entendieron, y nos a ellos, cuando por lengua o señas; y estos han aprovechado mucho. Hoy en día los traigo que siempre están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan habido conmigo; y éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegaba, y los otros andaban corriendo de casa en casa y a las villas cercanas con voces altas: venid, venid a ver la gente del cielo; así, todos, hombres como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso” (…).
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